lunes, octubre 24, 2005

Los hijos de aquì




Hemos tenido poca posibilidad de ver a Paqui y al pequeñito de Antony. Sin embargo, es un angelito muy inteligente. Cuando ve a su abuelo, se alegra de tal manera que no puede contenerse y empieza a gritar: Grand Papa!! Grand Papa!! Se abraza fuertemente a las piernas de Eduardo y juega con él hasta el cansancio. En diciembre cumplirá dos añitos y es un hombrecito activo y comelón (los genes cubanos no se pierden, jajaja). Una parte muy importante de este viaje es poder compartir con ellos. Paqui necesita a su papá y Antony debe tener un abuelo. Al menos así lo creemos nosotros. Y así lo estamos haciendo... aún en una sociedad donde la familia lentamente se va desintegrando. El otro día, contaba una amiga que ella tiene muchos problemas para reunir a sus sobrinos... ya que su hermano tiene tres hijos con tres mujeres diferentes. Eso, que es bastante común, hace que los niños no se vean como hermanos, que cueste mucho reunirlos (porque hay que organizar las agendas de las madres para que le den la custodia el mismo día al padre). La imagen esa que uno ve en los centros comerciales los fines de semana: el padre con sus hijos, como diciendo hoy me toca a mi cuidarlos, es muy pero muy común. Y los niños aprenden a vivir en dos o tres casas y pasar de una a la otra con su mochila en la espalda...a mí se me parte el alma. Un investigador francés dijo la semana pasada, a propósito de este tema, que no es conveniente que los niños pequeños sufran esos cambios, pues para ellos el fin de semana con el padre, no significa otra cosa màs que la pérdida de la madre por un tiempo indeterminado.... Yo coincido con este pensamiento... pero ?qué se puede hacer? Pareciera que esto no lo arregla nadie...

domingo, octubre 02, 2005

Casi feliz


Anoche pude ser casi feliz metida entre tus brazos.
El dolor se ha ido yendo despacito, resbalando por el tobogán de caricias que has inventado para mí.
Y anoche lo inventaste todo... y querías que la pasión se fuera despertando despacito, y me acariciaste lentamente para que mi piel no se asustara, y me miraste a los ojos con la ternura de todas las estrellas, y me besaste casi imperceptiblemente.
Cada uno de mis poros supo entonces que siempre estarías conmigo.
Y pude sonreírte.
Pude responderte dejando caer mi cabello sobre tu pecho, moviéndome al ritmo de tu respiración y siguiendo tu paso firme, tus manos seguras, tus palabras graves.
Anoche nos amamos como siempre.
Como nunca.
Como antes.
Y pude ser casi feliz, entre tus brazos.